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jueves, 8 de enero de 2009

la ira de herodes

La ira de Herodes al enterarse de que Cristo había nacido en el mundo culminó con la matanza de todos los niños de dos años o menos que vivian en Belen y alrededores [Mateo 2,16] convirti éndose as í en los primeros en derramar su sangre a causa de Cristo . Este hecho revela la absoluta contradicción entre la luz y la oscuridad. "Dios es luz; en Él no hay absolutamente ninguna clase de oscuridad " [1 Juan 1,5]. La luz, cuando viene al mundo, es una afrenta al mundo de la oscuridad y siempre la oscuridad trata de atacarla.



Los seguidores de Cristo debemos caminar en la luz, tal como Él está en la luz. Caminar en la luz nos lleva a la comunión de los unos con los otros [1 Juan 1,9; Santiago 5,16], pero dado que la luz es tan contraria al mundo de la oscuridad, también nos trae la oposición del mundo: la crítica, la calumnia, la persecución y hasta el martirio.



Vivir "en la luz" significa llevar una vida libre de todo lo que es pecado y obedecer a Dios. Ciertamente sabemos que a pesar de haber sido perdonados y recibidos como hijos de Dios, mientras caminamos por este mundo continuamos sujetos a nuestra concupiscencia, que muchas veces nos puede dominar y llevar por caminos de maldad. Por eso hemos de permanecer en oración y vigilantes para no ser dominados por el mal. Pero si pecamos, tenemos en Cristo el perdón de nuestros pecados, no para vivir con una falsa confianza, pensando que podemos pecar cuantas veces queramos que al fin y al cabo Dios siempre nos perdonará, pues no sabemos ni el día ni la hora en que el Señor vendrá por nosotros; antes al contrario hemos de vivir permaneciendo constantemente en el amor.



El Evangelio nos indica cómo se puede aplicar nuestra vocación cristiana en la vida práctica, y lo hace explicando el poder de la sangre de Cristo [1 Juan 1,7], reiterando que la promesa de la sangre de Jesús, derramada en su sacrificio redentor, nos limpia de todo pecado [1 Juan 2,2]. La purificación que realiza la sangre de Jesús está siempre a nuestro alcance, para librarnos de la mancha del pecado y de sus efectos [1 Pedro 1,2] .



Hay varias prácticas que nos permiten experimentar con mayor intensidad el poder de esta realidad. Primero, tratar de obtener un entendimiento de Dios a través de la oración y la lectura de la Biblia acerca de nuestra necesidad de purificación. Luego, cultivar el deseo de ser purificados, reconociendo que Dios desea que todos sus hijos sean "puros de corazón". Además, promover una actitud de entrega a Dios, un deseo de desapegarnos de los hábitos de pecado y entrar de lleno en la luz del Señor. Finalmente, podemos reafirmar la fe en el poder de la sangre de Cristo, dejando que Dios quite de nosotros toda incredulidad que endurezca nuestro corazón. Estos son pasos prácticos que nos ayudan a experimentar el poder que tiene la sangre de Cristo para limpiarnos del pecado [Juan 6,53 – 56].



Jes ús es el nuevo Moisés que, asumiendo la historia de su pueblo, camina junto con el Nuevo Pueblo de Dios, hacia la posesión de la patria eterna, saliendo de la esclavitud del pecado, pasando por las aguas bautismales y siendo conducido por el Señor bajo una nueva Ley: la Ley del amor. Efectivamente "De Egipto llamó, el Padre Dios, a su Hijo" [Mateo 2,15]. Y Él nos llama desde nuestros Egiptos, desde nuestras esclavitudes, para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó.



"Padre Celestial, concédeme una experiencia del poder purificador de la sangre de Jesús. Deseo ser un testimonio vivo de la luz, obediente a Ti y libre de la mancha del pecado"

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